jueves, 27 de agosto de 2009

Sara y Roberto 6.

La habitación de Roberto tenía el tamaño justo para albergar una cama, una mesa donde se asentaba un ordenador portátil casi siempre encendido y un estantería repleta de libros de economía y empresa, y algunas, pocas, novelas. Éstas prefería cogerlas en la biblioteca y gastarse el dinero en libros técnicos. Sólo cuando una novela que leía le gustaba mucho, la compraba y pasaba a formar parte de su particular colección Entre éstas, algunas de Bokowsky, la generación Beat, Auster, novela negra americana y la trilogía Nocilla de Fernández Mallo. Los cedés y vinilos los tenía en el salón, en parte por falta de espacio en la habitación, y también porque a su padre le gustaba tenerlos junto a los vinilos que conservaba de su época y los cedés que ahora compraba. Sentía que con esto compartía algo con su hijo pequeño y a él no le importaba, pues casi toda la música la escuchaba desde el Ipod. Una bufanda del Celta en la que se podía leer Celtarras era la única decoración de las paredes, pintadas todas de blanco menos una, la que cobijaba la ventana, que estaba pintada de un rojo intenso. Hasta hace unos meses tenía toda la habitación decorada con pósters de grupos y festivales; apenas podía verse un centímetro cuadrado de pared, pero tras una orden tajante de su madre “porque aquí ya no hay quien entre”, recogió la habitación por completo y eliminó todo menos la bufanda. Por la ventana, tras algunos árboles y la piscina del edificio donde vivía, se distinguía la avenida por la cual en aquella calurosa madrugada de verano apenas pasaban coches.

Los padres de Roberto estaban de vacaciones en Galicia, en la ría de Vigo, donde tenían una casa que pertenecía a la familia de él y donde todos los años iban durante el verano y puentes largos. Antes de comenzar la carrera, Roberto solía ir todo el mes de agosto. Allí tenía un grupo de amigos a los que, sin compartir ahora gustos y aficiones, pues la vida en Madrid y la distancia los había hecho distintos, todavía algún lazo invisible comunicaba y unía. Este año, Roberto sólo iría un par de semanas, quizá menos, ya que intentaría volver antes del tiempo acordado con sus padres. Es lo que tiene ser un fricky de la economía, si hubiera cateado más, estaría más tiempo en Madrid- le comentó una vez a Sara.

Sara y Roberto estaban en la cama, desnudos. Cada uno decía cosas que no le gustaban: a Roberto los cachitas con gafas o la gente que dice “es como todo”, a Sara los calvos tipo Anasagasti o la gente andando vestida de ciclista. De verdad, en una bici el mallot y el cullot y eso vale, pero de pie es los más hortera que hay, ¡sólo tienes que ver a Perico en el anuncio! Más que los cachitas con gafas no creo- le dijo Roberto. Más aún, te lo juro. Llevaban más de 24 horas encerrados en esa habitación, haciendo el amor y jugando a juegos absurdos; también habían puesto música y habían bailado y también soñado. Roberto le contó una historia que se había inventado, para un corto o algo así, decía, de dos personas que se cruzan todos los días camino del metro, él saliendo y ella entrando. Al principio se ignoran, luego se miran, más tarde se saludan con la mirada, después se dan dos besos y charlan, con el tiempo se enrollan y finalmente acaban follando en un coche aparcado en el lugar del encuentro. Todo a la misma hora. Después de un tiempo haciendo el amor, se enrollan, se dan dos besos, se saludaban, se miran y, por último, se ignoran. Tío, está genial,- le había dicho Sara-, y seguido se inventaron entre los dos una historia con un personaje, Joaquín Flores, que tenía un don: cuando montaba en el metro sabía quién de los que estaba sentado se iba a levantar antes... Y así pasaron las horas.

No sabían cuánto habían dormido ni a qué horas cuando sonó la alarma del móvil de Roberto. La noche había dejado paso al día y éste, caluroso y asfixiante, se colaba por la ventana de la habitación. También por ésta, todavía abierta, entraban los ruidos de los coches que ahora sí pasaban por la avenida, unidos con lo gritos de algunos niños que jugaban en la piscina del edificio. Roberto se levantó y notó que estaba sudando. Eran las doce del mediodía. A las dos y viente tenía que coger el tren que, despacio, como paseando durante más de ocho horas, le llevaría a Vigo. Se acercó y bajó la persiana para que el sol no entrara de una forma tan brusca. Miró a Sara que estaba dormida, desnuda en la cama, y pensó que no quería irse. O mejor, quería que ella lo acompañara. El año pasado ya se lo había pedido pero ella no quiso porque no se veía una semana en una casa con su familia. Vente tú a la playa con mis padres- le había contestado. Y aunque él la había intentado convencer con que harían excursiones a unas playas vírgenes maravillosas y podrían dormir de forma salvaje en alguna de ellas, la respuesta de Sara siempre fue la misma. Este año ya conocía a sus padres, pues había estado en su casa el día de su cumpleaños y le habían parecido dos personas agradables aunque quizá un tanto excéntricas, pero aún así Sara tampoco aceptó la invitación.

La despertó, despacio, dándole besos por todo el cuerpo.

- Venga, anda, vente conmigo...- le susurró.

Después de desperezarse y besar a Roberto, Sara le dijo que no podía, que tenía que estudiar.

- Mejor que allí no vas a estudiar en ningún sitio.
- Jo, tío, no insistas, por favor...

En metro fueron callados. El cansancio del tiempos sin apenas dormir y el calor hacían mella en los dos, que, de cuando en cuando bostezaban como único signo de que estaban despiertos, de que estaban vivos. También influía la perspectiva de estar dos semana sin verse, como si el no hablarse anulara el rato pasado, el dolor de la despedida. Sara iba pensando en que lo bueno del verano se había acabado, que después de dejar a Roberto en el tren, tendría que ir a su casa, volver con sus padres, que este año, por la crisis, habían decidido no ir a Cullera como todos los años, y empezar la monotonía de las largas jornadas en la biblioteca. Aunque agradecía la soledad de la ciudad en el mes de agosto y soportaba bien el calor atenazante de Madrid, tenía una sensación ambivalente, pues también le entristecía el hecho de ser casi la única que se quedaba allí esa semana, la temible semana del 15 de agosto. Le quedaba el recuerdo de esas maravillosas no sé cuántas, pues había perdido la cuenta, horas en casa de Roberto; el sueño vivido que intentaría retener para que no se le escapara como arena entre los dedos. Cerró los ojos y apoyo la cabeza en el hombro de Roberto. Sólo son dos semanas, me vendrán bien para descansar- se dijo. Al cabo, llegaron a Chamartín.

La despedida fue corta. Mientras se abrazaban a pie de andén, Roberto pensó que le gustaría salir volando en la misma posición en la que estaban, abrazados, acariciándose la espalda, y recordó el día de la cafetería, hace algo más de un año, cuando le dijo que el día del concierto de Aviación Española la podría haber llevado volando como si fueran Superman y Lois Lane si ella se lo hubiera pedido. Se acordó de Facto de la Fe y decidió que sería lo primero que escucharía en el tren. Después se separó de ella.

- Te he enviado por mail un sesión en Spotify, Lois. Se llama “Para que no me olvides”. También he puesto alguna canción refrescante... para que no te asfixies.

Sara le dio un beso.

- Jo, pues yo no tengo nada para que no me olvides.
- Mejor, así puedo liarme con la rubiaca del pueblo- dijo él sonriendo.
- ¡Gilipollas!

Y volvió a besarle.

Al segundo día de su estancia en San Adrián de Cobres, mientras cenaba con sus padres y su hermano en la vieja casa con vistas a la ría, Roberto recibió un mensaje. Estoy en la estación de tren de Vigo. Qué hago??


Anteriormente:

Sara y Roberto 1. Biblioteca.
Sara y Roberto 2
Sara y Roberto 3. Concierto.
Sara y Roberto 4.
Sara y Roberto 5. Boda.

5 comentarios:

  1. Lo de Joaquín Flores más que don se me antoja superpoder.

    Saludos,

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  2. vamos, vamos, ese "continuará"... público y critica lo demanda ; )

    un saludo,
    e.

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  3. Que grande! como siempre.
    Me imagino a Sara en casa nerviosa, pero sonriendo, haciendo la maleta.

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  4. vaya ñoños

    qué grande Joaquín Flores, tiene el gran don friki.

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