jueves, 22 de octubre de 2009

Xavier



Os presento a Xavier, hijo de Perdone que no sea ruso. El papá está encantado, encantadérrimo diría yo: se lo pasa pipa sólo mirándole.

Os dejo por unos días, necesito tiempo para seguir mirándole.

En breve volveré.

Besos a todos.

viernes, 16 de octubre de 2009

Griposo

Aunque no sabía qué, hoy tenía pensado escribir algo en el blog (en realidad sí sabía qué), pero me he levantado con dolor de garganta y sensación griposa, después de pasar una mala noche, así que mejor os dejo esta charla que encontré hace unos días y que me gustó mucho.

La semana que viene más, y deseo que mejor.

jueves, 15 de octubre de 2009

Sara y Roberto 10. Dra. Carter

Sara y Roberto salen de la biblioteca después de toda la tarde estudiando. Van paseando hacia casa. Es noviembre y empieza a hacer frío en la ciudad. Van a paso lento. A ambos se les ve algo nerviosos.

- ¿Sabes por qué llevan los médicos tantos bolis en la bata?
- No sé, en los hospitales creo que es porque cada constante vital se marca con un color, entonces siempre tienen que llevar de varios colores, además del típico fluorescente para subrayar y eso. Pero búscalo en Google, seguro que lo sabe mejor que los propios médicos.
- Anda, no sabía que era por eso. Creía que era para fardar o algo así.
- Bueno, de todas formas aún me queda. Ya me enteraré del todo... cuando los utilice.

(Pausa)

- ¿Cuándo empezarás las prácticas?
- Dentro de un par de años... si todo va bien.
- Seguro que sí.
- Gracias.
- Bueno, es que tienes pinta de ser un poco empollona.
- Tú tampoco vas mal, ¿eh?

(Pausa)

- Serás una médica...
- O doctora.
- Sí, es curioso: cuando es médico de familia vas al médico, o médica, como dice mi abuelo, que no me mola mucho, en cambio, si es en el hospital te ve el doctor o doctora. No sé por qué.
- Jo, pues sí, no había caído... ¿No te gusta lo de médica? A mí me parece entrañable.
- Sí, lo dice mi abuelo y tal, pero no me gusta nada lo del desdoblamiento del lenguaje. Lo veo una tontería para quedar bien. Un gasto tonto. No pasa nada por ser el médico Sara...
- Pues yo no lo veo mal, la verdad, ni médica, ni arquitecta, ni jueza... Además, si lo escribes en Word no te lo detecta como un error.
- ¿No? Jodé, no lo había probado.
- De verdad, hice la prueba el otro día. Pero vamos, que prefiero ser Doctora.
- Sí, mola más. ¿Cómo te apellidas?
- ¿De verdad te interesa?
- Sí, claro, si vas a ser mi novia, tendré que saberlo...
- ¡Ah!, ¿vamos a ser novios? Creía que era por lo del rapto...
- Bueno, y por eso también...
- Lista
- ¿Qué?
- Mi apellido, Lista.
- ¡No jodas! ¿Vas a ser la Doctora Lista?
- Ya tío, lo del apellido es una cruz. Toda la vida con lo mismo, siempre con coñas.
- Menos mal que contigo se perderá.
- A no ser que sea madre soltera...
- O que tengas un hermano...
- Soy hija única... aunque da igual, estoy pensando en cambiarlo.
- Doctora Listilla, quizás...
- No, tonto, ponerme el segundo por el primero.
- ¿Cuál es el segundo?
- López
- Qué va tía, no lo hagas, mola mucho más Doctora Lista que Doctora López. De verdad, a mil kilómetros.
- Ya, no sé...
- En serio. Lo peor ya lo has pasado, ¿no?, que son los cabrones de los niños del cole. Ahora se reirán de ti unos cuantos compañeros y pacientes, sobre todo los que tengas que atender pedo por ahí, pero da mucha más personalidad que Doctora López. Ser la Doctora López tiene que ser un rollo, en cambio la Doctora Lista...
- La Neurocirujana Lista...
- Ya, vale, queda un poco raro, pero da más personalidad que López, eso seguro.

(Pausa)

- También me puedo inventar el primer apellido...
- Mola: doctora Mostovoi.
- Había pensado en Doctora de la Fe.
- ¿De la Fe, qué es, el personaje de alguna telenovela?
- No gilipollas, es por Facto de la Fe, el grupo.
- ¿Te gusta Facto de la Fe?
- Sí, mucho, ¿a ti no?
- Hombre no están mal, pero... son un poco...
- Demasiado comerciales para ti, ¿no?
- No, no es eso, es sólo que... tampoco les he prestado mucha atención...
- Ya... a ti te gustan grupos más raros...
- Como las chicas...
- Entonces no te gustaré: soy muy convencional.
- ¿Convencional? Te recuerdo que eres la Doctora Lista y miraste si jueza o arquitecta las marca el word como error... sólo por eso me tendrías ganado... Lo de Facto de la fe en realidad tiene disculpa, mola... la verdad es que mola que te guste Facto de la fe... peor sería que te gustara Amaral.
- Es que también me gusta Amaral.
- Luis Miguel no te gusta, ¿no?
- No tío, es horrible.
- Menos mal...

(pausa)

- En realidad me molaría ser la Doctora Carter.
- ¿Por el ex-presidente?
- No, por el Doctor Carter, de Urgencias...
- Ya decía yo....
- Mi madre lo veía y estaba enamorada de él.
- ¿Quién estaba enamorada, tú o tu madre?
- Las dos. Fue nuestro amor platónico.
- ¿Sí?
- Te lo juro. El Doctor Carter.
- Te pega más el de Anatomía de Grey...
- ¡¿El repeinao de Sheppard?! Que va. Está bien, pero nada tiene que hacer contra Carter. De Anatomía de Grey me quedaría con George Omali... si eso. Además, el rollo Carter-Abbie es mucho mejor que los tontos de Sheppard-Grey...
- ¿A los médicos os gustan las series de médicos?
- A los médicos no sé, a mí sí.

(Pausa)

- Dicen que los médicos tienen mogollón de líos entre ellos, como en las series.
- No sé, creo que prefiero los economistas...
- ¿Keynesianos o liberales?
- ¿Tú que eres?
- Amarás a John Maynard Keynes por encima de todo...
- Pues eso.
- Guay. Nos vemos el sábado entonces...
- Sí, ¿quedamos en la parada de Antonio Machado?
- No, mejor quedamos en la puerta del foto, tengo que hacer antes algunas cosas por Madrid.
- ¿Me vas a comprar un regalo?
- Fijo, el típico peluche gigante de primera cita. Como en las pelis.
- ¡Guay!, ¿a las diez entonces?
- Nueve y media mejor, así picamos algo en el Chino de al lado.
- ¡Estupendo!
- ¿Escuchaste a Aviación Española?
- Sí, está muy bien lo del Myspace, la Habanera y eso...
- Mejor que Amaral seguro.
- Pero no mejor que Facto de la fe.

(Sonríen)

- Bueno, nos vemos el sábado entonces...
- Guay, pues hasta el sábado.
- Adiós... Doctora Carter.

Se dan dos besos y se van. Ambos sonriendo. Más relajados.


Sara y Roberto 1. Biblioteca.
Sara y Roberto 2
Sara y Roberto 3. Concierto.
Sara y Roberto 4.
Sara y Roberto 5. Boda.
Sara y Roberto 6
Sara Y Roberto 7. Contracción
Sara y Roberto 8. ¿Me sacas?
Sara y Roberto 9. Desgarro

martes, 13 de octubre de 2009

Lavadora.

Al técnico que ahora mismo está arreglando mi lavadora, le gusta ser técnico de lavadoras. Diría que incluso está orgulloso de ser técnico de lavadoras. Eso se nota cuando ves a alguien trabajar: se nota si le gusta o no, si está orgulloso de ser lo que es; en su mirada es fácil ver el difrute o el tedio, la tensión causada por cada tornillo que tiene que quitar o la comprensión ante cualquier atasco de una tapa que no quiere salir. En este caso, por cómo mira el tambor girar y calcula, por esto, el desgaste de los rodamientos, coloca la puerta cuando la desmonta, quita el tornillo, el típico tornillo que siempre se atasca, por cómo te habla y te cuenta el problema, destacando las virudes del producto, vendiendo la marca, contando anécdotas de averías de lavadoras, sé que está orgulloso de ser lo que es.

Los dos, él y yo, sabemos que el problema que ha tenido mi lavadora ha sido causado por un error mío de uso y que no debería cubrirlo la garantía. Me ha preguntado insistemente si cargo mucho cada lavado. Le he dicho que no, que lo normal. Él ha sonreido; yo también. Después se ha puesto a desmontar la lavadora y le he preguntado si va a cambiar la goma. Sí la iba a cambiar, y entonces he querido saber cuánto me iba a costar. Nada, me ha dicho, se lo voy a meter en garantía. Y me ha tratado de usted pese a las pintas que tengo ahora mismo (pantalón corto de pijama a cuadros azules, marrones, naranjas y blancos, zapatillas de casa abiertas por detrás grises, calcetines negros altos (no los tobilleros que se llevan ahora en verano) y sudadera de capucha roja). Y me lo ha metido en garantía pese a que los dos sabemos que ha sido un problema de uso mío. Supongo que se habrá preguntado qué hacemos Sonia y yo en casa, a estas horas y con estas pintas, estando ella además embarazadísima (una de las anécdotas trataba sobre los niños y su acercamiento a las lavadoras) y a lo mejor se ha contestado que suguramente estaríamos en paro y por esto nos lo ha metido en garantía aunque yo prefiero pensar que nos lo ha metido en garantía porque le he escuchado educadamente y con interés hablar sobre los rodamientos, los tambores, los fuelles, los amortiguadores de los tambores y demás cosas técnicas que en un rato me ha comentado y, aunque me ha parecido un momento de soledad terrible, como la conversación en la película Casa de los Babys de John Sayles entre una de las señoras que espera en el hotel de una ciudad indeterminada de América latina a que le den el niño en adopción y que no sabe español y la asistenta de limpieza del hotel, que no sabía inglés, pero que aún así, sin entenderse, ambas se contaron sus miserias, sabiendo que cada una le contaba sus dolores a la otra y escuchaban atentamente, pese a nos saber de qué hablaba; como en la película, también me ha parecido que le he hecho feliz dejándole contar eso, aunque tampoco le entendía nada y que me ha correspondido pasandome por garantía lo que parecía imposible de pasar por garantía.
Gracias. Ha sido un placer.

jueves, 8 de octubre de 2009

Sara y Roberto 9. Desgarro.

Cuando Roberto llegó a casa estaba empapado. Aunque contradiciendo al refranero el mes de abril había sido seco y frío, ese mes de junio estaba siendo especialmente lluvioso. Aún así, Roberto, aquel desgarrador día de principios de junio, salió con apenas una camiseta y una cazadora vaquera. Ni paraguas, ni el chubasquero que su madre, orgullosa, le había regalado cuando le concedieron la beca para hacer el doctorado en Londres, bajó Roberto ese día a la calle. Tampoco bajó sabiendo que su relación con Sara se rompería definitivamente y así fue, aunque también, como de que podía llover aquel día, intuía que podía pasar. Desde hacía un tiempo, algo más de un mes, la relación se había deteriorado; pareciera como si la luz de Sara se hubiera apagado y esto provocaba que cuando se veían no se rieran tanto, ni soñaran, discutieran más e incluso dejó de preguntarle qué estás escuchando, y, aunque Roberto pensaba que podía deberse al cambio hormonal producido por el embarazo, o la triste resignación que sentía ella al estar embarazada a los veintitrés años, algo más dentro de él, sabía, tenía la certeza, de que el cambio de Sara no sólo era por esto. Pero como para la lluvia, para esto tampoco bajó protegido aquella tarde.

Después de secarse y ponerse un pantalón corto y una camiseta limpias, Roberto se sentó a la mesa a cenar. Pidió disculpas por haber llegado tarde, es que he tenido un poco lío, dijo, y luego se centró en su comida, sin decir apenas nada más. Tú nunca podrás ser un amigo para mí, Roberto, o lo eres todo o no eres nada. Y ahora no puedes serlo todo. El niño no es tu hijo y por mucho que quieras que así sea, incluso que le des el apellido, por mucho que lo aceptes como tal... no sé si podré vivir con eso, no puedo engañarlo así, engañarme así. Te quiero mucho, Roberto, mucho, te lo juro, pero ahora en mi vida tienes que ser nada. Y al recordar como Sara se iba después de decir esto, se alejaba del banco en el que tantos momentos habían pasado, llorando hacia su casa, andando rápido, sin darle ni siquiera tiempo a reaccionar, Roberto se derrumbó y allí mismo, en la mesa, delante de las verduras a la plancha que ese día su padre había preparado, se puso a temblar y a llorar y a maldecir y durante un tiempo estuvo fuera de sí, incapaz de contener el dolor. Entre su padre y su hermano pudieron sujetarlo y llevarlo a la habitación mientras su madre intentaba ponerle en la frente paños humedecidos en agua caliente, pues empezaba a tener sudores fríos. No era la primera vez que cortaba una relación con Sara, no era la primera vez que sentía dolor por esto, pero si era la primera vez que lo sentía de aquella manera. Al cerrar lo ojos, llenos de lágrimas, al levantar el sordo grito de dolor, podía ver el vacío, sentir el vacío. Intentó visualizarse así mismo, pero no veía; intentó hablar, pero apenas le salían gritos; tampoco podía escuchar: en el vacío no se escucha, en el vacío no se habla, no se mira.

Habían pasado un par de horas cuando su madre, con los ojos todavía rojos, entró en su habitación para llevarle un vaso de leche caliente. Antes llamó, como siempre hacía, y Roberto, con una voz todavía leve pero grave, como un susurro de Leonard Cohen, pensó, le dijo que pasara. Se sentó a su lado y después de dejar el vaso de leche en la mesilla, le dio un beso en la frente. Cuando habían logrado tranquilizar a Roberto, llevarlo a la habitación y acostarlo, fue su madre quien comenzó a llorar y a temblar, sobre todo por el susto, el terror que había sentido, pero también de impotencia, viendo como su hijo sufría sin ella poder hacer nada, sin poder paliar ese dolor.

Roberto solía contarles todo a sus padres, o casi todo. Habían vivido la primera parte de la relación, la ilusión de su hijo por la hija del quiosquero; vivieron la primera separación, cuando decidieron dejarlo, de mutuo acuerdo después de tres maravillosos años, como le había dicho Roberto a sus padres; cómo luego fueron amigos; se enteraron del embarazo de Sara la misma noche que ésta se lo contó a Roberto, y aceptaron, resignados, que Roberto rechazara la beca para hacer el doctorado en la London Bussines School, una de las más prestigiosas escuelas de economía y empresa del mundo. Que lo rechazara para estar cerca de Sara, para convertirse en el padre de su hija, para casarse si hacía falta, darle el apellido, lo que sea Mamá, de verdad, no puedo dejarla sola, no puedo dejar a Sara tirada; a Sara no. Aún la quieres, ¿no?- le había preguntado el padre-. Sí, mucho... significa todo. Pues nada- volvió a decir el padre- acabouse Londres... y bienvenido al futuro nieto. Y se empezaron a interesar por él: si era niño o niña, de cuántos meses estaba, si lo había visto en alguna ecografía, quisieron ver a Sara, cenar con ella una noche, que se pasara por su casa... Pero esa noche no pudieron dormir, ni la siguiente, ni la otra... Por un lado sentían como un triunfo propio el hecho de que se quedara con Sara, que la amara tanto como para perder la gran oportunidad de su vida: habían educado a sus hijos para que tomaran este tipo de decisiones, las que marcan una vida, de una forma libre y responsable, sin gritos ni alaridos, hablando y reflexionando, pero siempre sintiendo el impulso del deseo, del corazón, siempre buscando lo mejor para él y los demás, intentando ser buena persona, no hacer daño, y Roberto así lo estaba haciendo con Sara; por otro lado, se sentían frustrados al ver como renunciaba a una carrera, no sólo por el hecho de perderla, sino por cómo le apasionaba ésta. A veces la madre de Roberto maldecía a Sara, la culpaba de todos lo males que pudieran ocurrir, de lo poco que sonreía su hijo últimamente, pero rápido se le pasaba y la veía como lo que era: una pobre chica que necesitaba más que nunca de la persona que más cerca sentía, que más cerca tenía, de la persona que, después de sus propios padres, más la amaba. La mala suerte, pensaba, había hecho que esta persona fuera su hijo. O la buena suerte, nunca se sabe.

Mañana voy a llamar a Londres, a ver si hay posibilidad de readmisión- le dijo Roberto después de beberse la leche. No te preocupes- le contestó la madre- no tienes porque tomar esa decisión mañana, deja pasar un par de días, intenta hablar con ella... No mamá, sé que lo ha hecho por mí... Y eso que había dicho sin pensar, como algo mecánico, como el buenos días al llegar a la mesa del desayuno, tomó luz en aquel momento y entendió por qué Sara lo había dejado. Entendió que lo había hecho por él mismo, que había renunciado al apoyo de la persona que amaba, a una vida con ésta, para que él no tuviera que vivir como un adulto prematuro, para que no tuviera que perder su carrera, su juventud; que ella podía, debía hacerlo, pues ella cometió el error, ella se quedó embarazada, pero que no él: no era ser el todo o el nada para ella, era un no puedo hacerte esto, y que si así se lo hubiera dicho, él nunca habría aceptado y por eso buscó otras razones. Entendió que Sara no podía permitirse que él lo dejara todo por ella, que no debía sufrir su error, que eso sería demasiado peso sobre ella misma, una losa que sería imposible de llevar. Supo entonces que nada podía hacerse, que de nada serviría hablar con ella, contarle que su decisión, su deseo, su mayor deseo era quedarse con ellas, que le daba igual Londres y el doctorado y que incluso su familia le apoyaba. Sabía que Sara nunca podría aceptar esto y pensó en ella, en cómo debía sentirse y aunque intentar visualizarla le hacía incluso más daño, que el dolor fuera más fuerte, más intenso, el saber el porqué le dejó más tranquilo, más consciente de lo que estaba pasando. De no enterarse de nada, de no saber por qué tenía que sufrir así, pasó a entenderlo todo. Y aunque no lo alivió, pudo relativizar. Pudo pensar.

- Tal vez pronto volvamos a encontrarnos y recuperar... eso que tuvimos, pero ahora debo intentar ir a Londres... seguir con mi carrera. Con mi vida.
- Duérmete hijo, mañana pensarás con más claridad, seguro.
- Gracias mamá.

Y después de darle otro beso en la frente salió de la habitación apagando la luz, y bajo las sábanas, iluminado por los haces de luz que las farolas creaban al colarse por las minúsculas rendijas de la persiana, vio a un joven derrotado, a un persona que con tan sólo veinticuatro años, y pese al prometedor futuro que tiene por delante, siempre llevará un vacío dentro de él. Y sus ojos volvieron a humedecerse.


Anteriormente:

Sara y Roberto 1. Biblioteca.
Sara y Roberto 2
Sara y Roberto 3. Concierto.
Sara y Roberto 4.
Sara y Roberto 5. Boda.
Sara y Roberto 6
Sara Y Roberto 7. Contracción
Sara y Roberto 8. ¿Me sacas?

martes, 6 de octubre de 2009

Título

Por un error titulé este Blog "Perdone que no sea ruso, señor" cuando en la letra de la canción en la que está basado dice, claramente, "qué pena que no sea ruso, señor". Me di cuenta algún tiempo más tarde, pero ya no rectifiqué... y no lo haré ahora, claro. La canción es de El niño gusano y está en el maravilloso disco El escarabajo más grande de Europa. Ahí va, para quien no la conozca:

lunes, 5 de octubre de 2009

Cine

Pocas cosas hay mejores que el salir del cine después de ver una buena película. Cuando te deja en la butaca, y sólo te levantas porque piden paso los que están a tu lado o acaban los créditos y el acomodador te echa; cuando en el coche, camino de casa, vas en silencio, apenas sitiendo el murmullo de los comentaristas de los partidos, pese a estar alta la radio; cuando bajas al bar a ver lo que se presupone un partidazo pero tu sólo puedes ver los ojos de la protagonista o escuchar esa frase que parece está dicha, escrita para ti; cuando a la mañana siguiente hagas lo que hagas todo te lleva a la película; cuando te levantas pronto para escribir y te das cuenta de que lo que querrías escribir es eso que viste; pocas cosas hay mejores, y ayer me pasó después de ver El secreto de sus ojos.

(A pesar del pésimo cine donde lo vi: en el centro comercial Gran Vía, Vigo. Nunca vayan)

jueves, 1 de octubre de 2009

Comencé a disfrutar

El me relajé y comencé a disfrutar con el que acabo el post anterior, que dice la película, comentaba, pertenece a esta maravillosa escena de la deliciosa Hanna y sus Hermanas. ...and actually began to enjoy myself, dice Allen: