jueves, 11 de febrero de 2010

Pancho

Mordeos la lengua, así no os pican. En serio, eso les da electricidad y se alejan... Esto les digo todos los años a mis amigos de Madrid, en la playa, cuando alguna tarde voy a la playa con ellos y sacamos algo de comer o algún helado y las avispas se acercan, hambrientas. Ellos se ríen, y de esto no entiendo por qué se ríen. De otras cosas sí, ya que para eso me quieren. No es que sea especialmente gracioso, pero el hecho de ser del pueblo, con lo que eso conlleva, y tener cierta gracia, cierta verborrea, me hace poder entrar en su grupo de amigos. Les gusta tener un bufón, alguien con, pero sobre todo, y de eso era consciente, de quién reírse. Pancho, me llaman, como el de Verano Azul. Yo puedo ser de pueblo, el simple quiosquero de un pueblo con mar, pero no soy tonto. El resto del pueblo me dice que cómo puedo ir con esos “estiraos”, señoritos de ciudad, pijos redomados; que si es que no veo que se están riendo de mí. Claro que veo que se ríen de mí, pero gracias a ellos, puedo acceder a chicas con las que sin ellos no sería capaz de soñar siquiera. En el botellón en la playa, se ríen de mí, a veces incluso conmigo, pero en el garito, en la discoteca... ahí somos iguales, no hay diferencias. Y las chicas me ven como a uno de ellos, como otro pijo de ciudad, pues así me visto y actúo: modulo la voz y copio los gestos de mis amigos. Alguna vez, para quedar bien con la chica con la intentan ligar, me utilizan y se ríen de mí delante de ella. Pero no me importa, al final siempre salgo airoso, aunque sin ofender a mi amigo, claro, no se vayan a enfadar y no llamen más.

Sólo tengo que procurar no hablar con ellas sobre a qué me dedico o de dónde soy. Ahí utilizo todo mi ingenio para desviar conversaciones, hacerla reír, hacer que en ese momento no mire el estatus de quien con ella habla. O sea, se olvide de quién soy yo. Algunas veces, inevitablemente, sale el tema, sobre todo con según qué chicas para las que esto es sumamente importante. Yo les digo la verdad y veo como sus caras cambian como si fueran una de estas tarjetas con relieve que moviéndolas cambian de dibujo. Al poco tienen que ir al baño y no vuelvo a verlas. Me da igual. Tampoco siempre quiero ligar por ligar. Hay veces que incluso soy yo quién directamente les digo que soy el quiosquero del pueblo para ahuyentarlas, de tan coñazo que son hablándome siempre de yates, másters, coches, ropas y no sé qué rollos más.

Cuando consigo ligar tengo que montármelo para ir a su hotel o apartamento, que, claro, siempre es mejor que la casa de mis padres. Si no pueden porque comparten habitación con una amiga, o veranean con sus padres, las intento convencer de lo romántico de hacerlo en la playa, con la luna iluminándonos y no sé cuántas chorradas más; y cuando no hay luna, les digo cosas como que saldrá para nosotros, seguro, les susurro al oído. Sé que no es muy ingenioso, pero funciona. Después de hacer el amor les digo que tengo prisa, pues tengo que abrir el quiosco. Como me paso toda la noche con coñas, al principio piensan que es otra de las bromas para hacerlas reír. Pero cuando se dan cuenta de que no bromeo, se enfadaban porque piensan que soy un alto ejecutivo que utiliza esa treta para deshacerse de ellas, y me acompañan al quiosco para cerciorarse. Al llegar al quiosco y abrir el arcón para sacar los primeros periódicos, se van sin despedirse, refunfuñando. Alguna, a modo de despedida, me dio una bofetada. Se sienten engañadas, supongo. Si bien no digo quién soy, tampoco miento, y, a fin de cuentas, al llegar al quiosco, el despreciado soy yo. No soy un ángel, pero tampoco un demonio.

Aquella noche, Susana se quedó dormida después de hacer el amor en la playa, bajo la luna, que esa noche sí estaba llena. Llegaba el momento de salir del cuento, pues no se podía calificar de otra manera esa noche con Susana, y con miedo y con mucha pena, le dije que tenía que irme a abrir el quiosco. Ella me miró contrariada un instante. Pero, ¿eres de este pueblo?, me preguntó. Sí, -afirmé, levantando los hombros y bajando la mirada; humillado- soy el quiosquero del pueblo. Seguíamos tumbados y abrazados. Después de un momento de silencio, levantó la cara y después de darme un leve beso dijo, qué bien, así sabrás dónde podemos tomar un buen desayuno.

5 comentarios:

  1. Me gustaría un poco más de riesgo formal

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  2. Me gusta el contenido, que para mi consiste en la idea de plantear en un contexto diferente el concepto básico del "timo": jugar con la ambición o avaricia del timado para engañarle y que no lo pueda denunciar.

    Comprarle billetes a mitad de precio a un discapacitado mental, conseguir intereses altísimos aprovechándose de negocios sucios, follarse la primera noche a un chico rico por su dinero...

    Buena idea, pero dentro de una estructura formal que personalmente no me llega.

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  3. No veo a Pancho como un timador (o no entiendo tu comentario). Se sabe despreciado y se aprovecha de una situación (salir con los pijos de ciudad) y de un recurso (su propio ingenio) para ser apreciado, aunque sólo sea un rato.

    ¿Ocultar algo es mentir, es timar? ¿Ocultar algo para que no te desprecien es mentir, es timar?

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  4. Una media verdad por activa o por pasiva, es una mentira. Y más cuando no se explica la verdad de forma completa para confundir a otra persona y conseguir algo que de otra manera no se conseguiría.

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