viernes, 22 de mayo de 2009

Biblioteca

En el momento en el que él levantó la vista para pensar sobre aquel párrafo que no conseguía entender, ella bajó la mirada, nerviosa, creyendo que se había dado cuenta que desde hacía unos minutos no dejaba de mirarlo, escrutando su barba de tres días y su pelo desaliñado; como ocurría desde hace unos meses, cuando los dos se vieron por primera vez en la biblioteca del barrio. Él sabía que ella era la hija de los dueños del kiosco que está en la avenida principal. Casi todos los domingos bajaba a comprar el periódico, y en vez de ir a la pequeña librería que había justo al lado de su casa, paseaba hasta su kiosco con la intención de verla. Ella, en cambio, sólo reparó en él hacía un par de meses, desde que acompañó a su amiga Noelia a la biblioteca del barrio a coger un libro para no sé qué asignatura. Al entrar en la biblioteca lo vio y desde ese momento dejó de ir a estudiar a la biblioteca de la facultad con sus amigos y empezó a ir a ésta, donde él estudiaba cada tarde. Aquel día en que sus miradas por casi se cruzan, él salió a fumar un pitillo y escuchar una canción que no paraba de sonar en su cabeza. Pasó a su lado y tanto se acercó a su silla que pudo oler la colonia fresca que usaba. Ella le miraba por el rabillo del ojo mientras se alejaba hacia la puerta y, después de suspirar, se levantó y salió también a la calle. Le temblaba el corazón. ¿Qué escuchas?, le preguntó. El temblor de piernas no le impidió sacarse un auricular y ofrecérselo. Esto, le dijo. Muy chulo, acertó a decir ella después de un rato de escucha. Él no sabía si contarle que era un grupo americano de principios de la década muy poco conocido pero con unas canciones deliciosas. Podía quedar de pretencioso. Y aunque él siempre había sembrado un halo de inaccesibilidad, no quería quedar demasiado pedante. Con ella, no. Tampoco quiso decirle que escuchaba esa canción por ella, porque cuando entraba en la biblioteca en su cabeza sonaba siempre, sutil, esa melodía. Estoy un poco cansado, ¿quieres que recojamos las cosas, vayamos a dar un paseo y te cuento quién es el grupo? Estupendo, dijo ella mientras le devolvía el auricular. ¿Cómo te llamas?, le preguntó él. Sara. Sara, yo soy Roberto. Y mientras abrían la puerta de la biblioteca para entrar a por las cosas, el dijo: Sara, ¿por qué nunca vas los domingos al kiosco de tus padres? Y en ese momento ella quiso abrazarle, besarle, pero sólo puedo esbozar una fina sonrisa mientras le contemplaba desde unos ojos que ya casi eran brillantes. Este domingo puede que vaya. Se dio la vuelta y entraron en la biblioteca....

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